«Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira.»
(Romanos 5:8-9)
Por medio de la sangre de Jesús, tenemos una posición correcta delante de Dios; según el fundamento del Evangelio. Sin embargo, a muchos creyentes se les dificulta aceptarla de manera plena. Aunque en la Biblia se les enseña que pueden entrar confiadamente al trono de la gracia, se quedan afuera de ese trono sintiéndose indignos.
Ellos saben que tienen el derecho legal, y bíblico para ir delante de Dios en el nombre de Jesús, a causa de lo que Jesús ha hecho en sus vidas, pero para ellos puede sonar casi presuntuoso usar ese derecho. Después de todo, su pensamiento es: “Yo no soy como Jesús, tengo defectos y cometo errores. No soy quien debería ser. ¿Cómo Dios podría aceptarme como alguien justo? ¿Por qué debería esperar que Dios olvide todos mis errores, sólo por que me acerco ante Él en el nombre de Jesús?”.
Debería permanecer a la expectativa de el SEÑOR olvida todos sus errores, porque lo ama.
Todo el plan de redención se basa en Su amor. Dios no envió a Jesús a la Cruz, sólo para satisfacer los requerimientos legales del sistema de justicia celestial. Tampoco lo hizo, sólo porque Su naturaleza de justicia exigía el pago por los pecados. Lo hizo porque lo ama.
El Señor, lo ama tanto que no quiere que nada los vuelva a separar nunca.
Mientras más clara vea esa verdad, más se dará cuenta de que Dios no se enfada, cuando usted toma ventaja de esa posición de justicia. Cuando en fe usted corra hacia el Señor, Él no agitará Su cabeza en desaprobación y dirá: “¿Qué estás haciendo aquí? Cometiste muchos errores ayer. ¡No creas que sólo pidiendo perdón, te perdonaré lo que hiciste!”
¡No! Dios estará feliz de recibirlo por medio del nombre de Jesús. Su sangre ya se encargó de esos pecados. Jesús se deleita en perdonarlo y limpiarlo. Por tanto, entre a Su presencia confiadamente, sabiendo que su Padre lo ama. Atrévase a actuar como si perteneciera a ese lugar, pues es lo que ¡Dios quiere que usted haga!