«Andemos como de día, honestamente; no en glotonerías y borracheras, no en lujurias y lascivias, no en contiendas y envidia, sino vestíos del Señor Jesucristo, y no proveáis para los deseos de la carne.»
(Romanos 13:13-14)
Aunque la envidia se nos presente de manera sutil o de forma insignificante, siempre debemos ser conscientes que la envidia a cualquier nivel es el mayor enemigo del amor. Lo que empieza con una ligera sensación de irritación e inferioridad cuando ve que alguien tiene más finanzas, y viste con más estilo que usted; con el tiempo, puede convertirse en rencor y odio hacia esa persona. Si continúa cediendo ante esos pensamientos y sentimientos de enojo, podría terminar hablando calumnias en contra de esa persona; difamando su carácter e inclusive hiriéndola. ¡Y todo porque usted no pudo dejar de sentir envidia por la clase de ropa que esa persona usa!
¡Es terrible permitir que la envidia permanezca en el corazón! Ésta se convierte en una fuerza demoniaca y le abre la puerta al comportamiento más malévolo y rencoroso. La envidia fue el motivo por el cual se cometió el primer asesinato de la historia. Caín le tuvo envidia a Abel porque el Señor vio con más agrado la ofrenda de Abel. Es difícil imaginar que alguien pueda asesinar a otra persona sólo porque haya dado una mejor ofrenda; ¡pero eso hizo Caín!
De por sí, esa historia ya es lo suficientemente impactante. Sin embargo, en la Biblia se relata que debido a esa misma razón, los líderes judíos entregaron a Jesús para que lo crucificaran. Lo hicieron porque envidiaban Su ministerio (Marcos 15:10). Envidiaban el poder y la influencia que Él tenía sobre la gente.
¿Por qué es importante que nosotros sepamos esto? Porque si no estamos atentos, el enemigo nos presionará para que actuemos igual. Sutilmente, introducirá envidia dentro de nuestros pensamientos, y dentro de nuestras emociones. Inclusive, ¡usará cosas espirituales para hacerlo!
Si no somos conscientes de sus ataques y no los resistimos, el diablo hará que estemos resentidos en contra de algún creyente; debido a que éste obra en los dones de sanidad y nosotros no. Hará que nos opongamos al ministerio de alguien más, sólo porque está siendo más exitoso que nosotros. Y sin duda, él hará que nuestras excusas parezcan espirituales.
No existe excusa alguna para sentir envidia. Decidamos en nuestra mente y en nuestro corazón que no le daremos lugar a la envidia en nuestra vida.
En la Biblia se establece de manera clara lo serio que es sentir envidia; pues la coloca al mismo nivel de los siguiente pecados: asesinato, fornicación y contienda (Romanos 1:28-29). Entonces cuando ésta apenas se acerque, no lo tome a la ligera. Pisotéela antes de que tome el control de su vida, y proteja su vida de amor.