«Vinieron los fariseos y los saduceos para tentarle, y le pidieron que les mostrase señal del cielo. Mas él respondiendo, les dijo: … La generación mala y adúltera demanda señal; pero señal no le será dada, sino la señal del profeta Jonás. Y dejándolos, se fue.»
(Mateo 16:1-2, 4)
A menudo se nos ha dicho que Jesús sanó a las personas, y obró milagros durante Su ministerio como una señal de Su divinidad. Se nos ha enseñado que usó Su poder para probar que era el hijo de Dios. Pero no es cierto, Jesús se negó rotundamente a dar ese tipo de señales. Cuando le pidieron que las realizara, Él se negó.
Entonces, ¿por qué llevo a cabo las cosas maravillosas que realizó?
Porque amaba a las personas. Jesús siempre usó Su poder para demostrar el amor de Dios. Y lo hizo de esa manera, porque así es como el Padre obra. Dios tiene poder… pero es amor. Y utiliza ese poder a favor de ese amor.
Cada obra poderosa que Dios ha realizado ha sido una expresión de Su amor. La Creación misma es una manifestación de Su amor. (Por esa razón, la Tierra es hermosa, y no color gris y desagradable). Dios detuvo el Sol en una posición, durante todo un día, para darle tiempo a Su pueblo, a fin de que ganara la batalla. ¿Por qué? ¡Por qué los amaba! A través de la historia, Él ha sanado enfermos, resucitado muertos, provisto comida a los hambrientos y ha obrado milagros en la vida de aquellos que atraviesan momentos difíciles —y todo lo ha hecho por amor—.
Puedo decirle por experiencia propia que cada milagro y sanidad que he visto, sin lugar a duda, lleva impregnado el amor de Dios. Recuerdo a un hombre que asistió a la Escuela de sanidad hace años. Aquel hombre, avanzado de edad, había invertido su vida haciendo el mal, y cosechó los resultados en su cuerpo. Tenía una enfermedad debilitante y terminal, la cual le causaba mucho dolor.
La mayoría de personas, lo veía y decía: «Bueno, vivió una vida llena de pecado. Sólo está recibiendo lo que se merece». Incluso él pensaba lo mismo. Aunque no era cristiano, en su desesperación decidió de todos modos acercarse a Dios para pedirle ayuda.
¿Sabe qué fue lo que sucedió? ¡Dios lo sanó!
Dios es bueno, misericordioso, compasivo y bueno con todos aquellos que lo invocan. El Señor ha creado una forma para que Su pueblo esté bien por medio de Él todo el tiempo. En Salmos 145:8-9, leemos: «Clemente y compasivo es el SEÑOR [dispuesto a mostrar Su favor], lento para la ira y grande en misericordia. El SEÑOR es bueno para con todos, y su compasión, sobre todas sus obras» (LBLA).
La misericordia de Dios nos envuelve y nos cubre… ¡y todo por Su amor!