¡Puedes hacerlo con la Palabra de Dios! Pues ella dice que siempre que enfrento a un compañero creyente, en realidad estoy dañándome a mí mismo. Leamos Juan 17, y verás a qué me refiero. En ese capítulo, Jesús oro por todos los que creeríamos en Él: «Cuando estaba con ellos en el mundo, yo los cuidaba en tu nombre; a los que me diste, yo los cuidé, y ninguno de ellos se perdió, sino el hijo de perdición, para que la Escritura se cumpliera. Pero ahora voy a ti; y hablo de esto en el mundo, para que mi gozo se cumpla en ellos mismos. Y les he dado a conocer tu nombre, y aún lo daré a conocer, para que el amor con que me has amado esté en ellos, y yo en ellos» (versículos 12-13, 26).
Una vez que entiendas eso, te darás cuenta que simplemente no hay forma de pelear con otro cristiano sin rebajarte al mismo tiempo. Y te será más fácil resistir la tentación de arremeter contra las personas que te critican.
Dios mismo se encargará de defenderte, siempre y cuando permanezcas firme en fe en Su promesa, la cual encontramos en Isaías 54:17: «No saldrá victoriosa ninguna arma que se forje contra ti. Y tú condenarás a toda lengua que en el juicio se levante contra ti. Ésta es la herencia de los siervos del Señor. Su salvación viene de mí. Yo, el Señor, lo he dicho».
Oro por las personas que vienen en mi contra. No quiero que sean lastimadas, pues sé que la mayoría de ellas están engañadas, y pido: “Señor, abre los ojos del entendimiento de esa persona. No permitas que esta situación destruya a ese hijo de Dios. Revélale la verdad, y trae unidad entre nosotros”.
Ahora bien, seré sincero contigo, esa no es mi reacción carnal natural. Pues si no dejara que el Espíritu Santo se encargue de la situación, sólo diría: “Bueno, ese chico grande se merece unas buenas palmadas. Espero que Dios trate con él por la forma que me trató”.
Sin embargo, no puedo hacerlo, pues en Romanos 15:7 dice que debemos recibirnos los unos a los otros, de la misma forma que Cristo nos recibió. ¿Y cómo nos recibió Jesús, nuestro Ungido Salvador? ¡Lo hizo con gracia! Él nos respondió de acuerdo con Su amor y Su sangre derramada —no de acuerdo con lo que nos merecíamos—.
Y ya que el amor de Dios está derramado en nuestros corazones (Romanos 5:5), ¡tenemos el poder en nuestro interior, para responderles con gracia a las personas que nos critican! Y si lo hacemos, Dios obrará de manera poderosa entre nosotros.