«Y acostumbraba hablar el SEÑOR con Moisés cara a cara, como habla un hombre con su amigo.»
(Éxodo 33:11, LBLA)
Un día, al principio de mi vida cristiana, estaba meditando en ese versículo mientras conducía por la carretera. Había leído ese versículo por la mañana y entre más lo meditaba, más me emocionaba. La sola idea de conversar con Dios cara a cara como amigos, hizo que todas las luces de mi espíritu se encendieran.
Pero después, tuve un pensamiento que hizo que todas las luces se apagaran: Dios nunca me hablaría de esa manera. Pues desperdicié cada oportunidad que tuve para conversar con Él, al vivir como gato de callejón antes de nacer de nuevo.
Si usted sabe un poco de lo que se nos enseña en la Biblia (lo cual desconocía en aquel entonces), ya se habrá dado cuenta de dónde provino ese pensamiento. Con toda certeza, no venía de Dios, pues está en contra de las Escrituras y sólo podía venir del diablo.
Comencé a estar de acuerdo con él, al declarar: Sí, es cierto, eso no es para mí. Sin embargo, el Espíritu de Dios me detuvo.
Y me dijo: ¿Por qué crees que ya no tienes más oportunidades de entablar una conversación así conmigo? Aunque apenas estás comenzando, ya tienes una comunión más cercana que la que tuvo Moisés, después de todo ya sabes todo lo que le dije a él; pues todo está escrito en la Biblia que tienes sobre tus piernas. También puedes leer todo lo que le dije a Pedro, a Juan, a Santiago y a Pablo; y todos los sermones que prediqué en las costas de Galilea.
Te amo mucho hijo, y para ministrarte a través de Mi Espíritu he escrito todo lo que les dije a ellos en un libro. A causa de que eres una nueva criatura en Cristo Jesús, tienes una conexión Conmigo que ninguno de ellos tuvo. No sólo voy a hablarte cara a cara como un amigo, sino ¡de corazón a corazón como un Padre!
Cuando escuché eso, me sentí tan feliz que estacioné el automóvil un momento para dedicarme a alabar al SEÑOR. Mientras lo alababa por Su amor y Su disposición de tener comunión con alguien como yo, me percaté de que siempre la quiso tener.
Medité en la vida de los profetas del Antiguo Testamento, e incluso, en la de los discípulos del Nuevo Testamento; y me di cuenta de que ninguno de ellos habría sido un líder de renombre en las iglesias que conozco. ¡No eran tan apasionados espiritualmente! La mayoría de ellos, cometió un gran error en algún punto de su vida. Sin embargo, a pesar de todo, Dios los amó e hizo cosas maravillosas a través de ellos; debido a que se lo permitieron. Se aferraron a Su Palabra, y creyeron que la cumpliría.
Ese día, cuando regresé a la carretera, ya era un hombre transformado. Ya no pensaba en mis fracasos, sino en mi futuro —un futuro lleno de amor y de comunión con Dios—. Me regocijé por haber recibido la revelación de que ni siquiera Moisés tuvo la comunión tan cercana que Dios nos ha dado.