«Desean algo y no lo consiguen. Matan y sienten envidia, y no pueden obtener lo que quieren. Riñen y se hacen la guerra. No tienen, porque no piden. Y cuando piden, no reciben porque piden con malas intenciones, para satisfacer sus propias pasiones.»
(Santiago 4:2-3, NVI)
Esos creyentes estaban tristes, frustrados y molestos, por causa de la escasez en su vida. Estaban celosos por aquellos que prosperaban y discutían con ellos. Dejaron de orar, porque se cansaron de no recibir respuestas a sus oraciones.
La mayoría de nosotros no se sentiría identificado con ese grupo de personas. Pues consideramos que somos más maduros, y educados en comparación a como eran ellos. Raras veces tenemos peleas en los vestíbulos de la iglesia. Mantenemos nuestra codicia oculta bajo la mesa. Y aunque disfrutaríamos molestarnos un poco cuando vemos al hermano “a la moda”, desfilando con el traje por el cual le hemos estado creyendo a Dios, matarlo sería algo impensable.
Sin embargo, muchos creyentes tendrían que admitir lo siguiente: Por más amables que seamos con los demás, cuando le pedimos a Dios algo; a menudo, fallamos en recibirlo. La razón por la que no recibimos, es la misma que Santiago escribió: nuestra motivación no es la correcta.
Las oraciones egoístas no tienen poder. La fe no las respalda, pues la fe no puede obrar sin el amor. Incluso cuando oramos en lenguas, si el amor hacia Dios y hacia otras personas no es nuestra motivación, en la Biblia se nos enseña que dichas oraciones no tienen efecto. Y es como si fueron címbalos resonantes (1 Corintios 13:1).
En resumen, cuando oramos sin amor, estamos perdiendo el tiempo.
Sin embargo, alabado sea Dios, incluso si estamos en esa posición, ¡no tenemos porque quedarnos ahí! Podemos hacer lo que Santiago nos indicó. Debemos humillarnos ante el Señor, y reconocer nuestra motivación egoísta. Podemos acercarnos a Él, y confiar en que Él nos dará. “…más y más gracia (el poder el Espíritu Santo, para vencer esa mala actitud, y cualquier otra cosa)” (Santiago 4:6, AMP).
Con Su ayuda podemos deshacernos del egoísmo, y permitir que el amor de Dios fluya a través de nosotros. Debemos iniciar nuestra oración confesando nuestro amor por Dios y nuestro deseo de BENDECIR a los demás; y luego permitir que fluyan las peticiones de nuestro corazón. Cuando lo hagamos, no sólo seremos cristianos adiestrados para mantener la ira bajo control. Sino también nos convertiremos en creyentes motivados por el amor, creyentes que viven en comunión, y no en contienda… quienes se regocijan cuando LA BENDICIÓN fluye en un hermano… y quienes siempre reciben respuesta a sus oraciones.