«Dijo Jesús: Quitad la piedra. Marta, la hermana del que había muerto, le dijo: Señor, hiede ya, porque es de cuatro días. Jesús le dijo: ¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios? Y habiendo dicho esto, clamó a gran voz: ¡Lázaro, ven fuera! Y el que había muerto salió, atadas las manos y los pies con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: Desatadle, y dejadle ir.»
(Juan 11:39-40, 43-44)
El amor es la clave del poder de Dios que obra milagros. Si usted medita en ello, averiguará la razón. Primero, porque la fe obra por el amor y se requiere de fe para atreverse a entrar al área de los milagros. Segundo, se requiere de valor para desenvolverse en ese ámbito, pues realizar milagros conlleva hacer cosas inusuales. Es decir, llevar a cabo lo que no cualquier persona haría.
Dios no puede usar a una persona tímida o temerosa para manifestar Su poder, el cual obra milagros. Él necesita a alguien que sea valiente. Y debido a que el amor es la fuerza que echa fuera el temor, Dios necesita a alguien que viva en amor.
Jesús demostró ese tipo de valentía y amor cuando resucitó a Lázaro. Él amaba tanto a Lázaro y a sus hermanas que lloró con ellas. Sin embargo, estaba tan confiado en el amor de Dios que cuando oró en la tumba de Lázaro, exclamó: «Padre, sé que Tú me escuchas».
El poder de ese amor fluyó en y a través de Él, dándole la valentía para declarar: “¡Quiten la piedra!”.
Esa orden, puso nerviosas a algunas personas: “SEÑOR, ya tiene tiempo de estar muerto. ¡Va a oler mal!”.
Jesús no tenía miedo de eso. No cruzó los dedos, esperando que todo saliera bien. No llamó a Lázaro en voz baja, evitando que hubiera algo que al final lo hiciera sentir avergonzado. Tuvo la valentía que surge del amor de Dios y de la fe. Por consiguiente, expresó en voz alta: “¡Lázaro, ven fuera!”.
Sin duda, algunas de las personas que estaban ahí deseaban que Jesús fuera discreto. Y quizá pensaron: “SEÑOR, ¿no pudiste enviar a todas las personas afuera antes de intentar hacer esto? ¿Por qué no lo hiciste en privado, por si acaso las cosas no salían bien?”.
Sin embargo, ese tipo de pensamientos jamás pasó por la mente de Jesús. No le tenía miedo al fracaso, pues él tenía la plena confianza de que el Padre haría lo que le había pedido.
Mientras más vivamos en amor, más surgirá de nuestro interior ese tipo de valentía. Estaremos tan confiados en lo que Dios hará, que la duda se derretirá y se desvanecerá como la nieve ante los rayos de luz del sol de Texas.
En ese momento, tomaremos la llave del amor y de la valentía para abrirle la puerta a ese tipo de poder; el cual es capaz de hacer que personas resuciten y caminen. Ahí, es cuando entramos al ámbito del poder de Dios que obra milagros.