«El sabio de corazón es llamado prudente, y la dulzura de labios aumenta el saber.»
(Proverbios 16:21)
A veces, cuando los creyentes empiezan a descubrir lo que se nos enseña en la PALABRA de Dios, y obtienen algo de discernimiento espiritual, se vuelven duros y ásperos con los demás. Si ven a alguien cometiendo un error, lo señalan y lo corrigen. Es cierto que están diciendo verdades espirituales, pero en lugar de BENDECIR con esas verdades, quienes las reciben terminan sintiéndose mal y condenados.
Puede sentirse tentado a ignorar los sentimientos heridos de los demás, y expresar: “Bien, yo sólo estoy haciendo mi trabajo al contarles la verdad. Ellos pueden escoger hacer lo que quieran con esa verdad”. Sin embargo, eso no es lo que en la Biblia se nos insta hacer. Pues en la Biblia no sólo se nos enseña que debemos hablarles la verdad a las personas, sino que debemos decírsela en amor (Efesios 4:15).
La manera que proponemos algo puede determinar, en gran parte, qué tanto van a recibir las personas esa corrección. Las palabras que BENDICEN están llenas de bondad, y una preocupación genuina por el bienestar de los demás, elevando las posibilidades de que las personas aprendan esa verdad. Por otro lado, las criticas e indiferencias, raras veces ayudan a alguien.
El amor causa que las personas reciban la verdad.
Incluso el mensaje del evangelio, por muy poderoso que sea, a menudo es rechazado por las personas, si quien lo predica no lo hace con un corazón de amor. Podemos predicar la salvación con un tono de juicio, y con una actitud de: “¡Yo soy más santo que tú!”, y robarle a las personas la oportunidad de recibirlo. Sin embargo, si lo hacemos en amor, sus barreras comenzarán a caer. Cuando escuchen no sólo nuestras palabras, sino la compasión que están detrás de ellas; sus corazones se abrirán y querrán escuchar lo que tenemos que decirles. Y desearán aceptar y recibir el Evangelio, en vez de rechazarlo.
Por tanto, antes de apresurarnos a decirle a las personas todo lo que hemos visto y todas las verdades que conocemos, necesitamos examinar nuestro corazón. Debemos preguntarnos: “¿Por qué estoy diciendo éstas cosas? ¿Estoy tratando de mostrar lo mucho que sé? ¿Estoy tratando de jugar al súper maestro y corrector? ¿O tengo una preocupación genuina y profunda por esta persona?”.
Si nuestra verdadera motivación para hablar es el amor, la mayoría de las veces adornaremos nuestras palabras con dulzura y bondad. Enfatizaremos la bondad de Dios, y Su amor para esa persona, en lugar de magnificar lo que ha hecho mal.
Después de todo, en la Biblia se nos enseña que es la bondad de Dios la que guía al arrepentimiento (Romanos 2:4). Es Su amor en nuestro corazón y en nuestros labios lo que inspirará y animará a las personas a cambiar.