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Salvación

Cómo convertirte en cristiano

¿Sabes cuál es tu postura ante Dios?

Si nunca has aceptado a Jesús como el Señor de tu vida, entonces estás separado de Dios por causa del pecado. Tú eres la razón por la que Dios envió a Jesús a la Cruz. En Juan 3:16, leemos: «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna». Dios te ama tanto que dio a Su Hijo Unigénito por ti.

En 2 Corintios 5:21, dice que Dios hizo a Jesús, quien no conocía pecado, pecado por nosotros. El pecado fue el principal motivo por el que Jesús vino a la Tierra. Jesús murió en la Cruz y bajó al infierno para pagar el precio del pecado. Y una vez que el precio fue pagado; resucitó de la muerte, triunfando sobre Satanás; y el problema del pecado fue resuelto.

Dios no está guardando tu pecado para usarlo en tu contra. Lo único que te impide convertirte en hijo de Dios, es no rechazar a este mundo y a su dios —Satanás— y aceptar a Jesús como el Señor de tu vida.

Cuando Jesús pagó el precio del pecado por ti, estaba siendo tu sustituto. En el cielo ya quedó grabado que has sido liberado. Es como si tú hubieras muerto en la Cruz hace 2,000 años. Sin embargo, eso no quiere decir que irás al cielo automáticamente. Pues aunque Dios envió a Jesús a pagar el precio por tus pecados —y no tiene nada contra ti—, también puedes irte directo al infierno. ¿Por qué? Porque aún no has tomado la decisión de recibir a Jesús como tu Señor y Salvador personal, y aceptar Su sacrificio como tuyo. Tú tienes un libre albedrío, y cuentas con el derecho de escoger tu propio destino; Dios no te forzará para que recibas la salvación. La decisión es tuya. En este momento puedes dirigirte directo al infierno y Dios no levantará un dedo para detenerte. Pues Él ya hizo lo que debía hacer cuando envió a Jesús al mundo.

La decisión está frente a ti.

Si decides aceptar a Jesús como tu Señor, Dios te recibirá como Su propio hijo. Te convertirás en parte de Su familia. Él será tu padre y tú serás Su hijo. Ésta no es sólo una idea teológica, es una realidad. Pues en realidad sucede de esa forma. Jesús en realidad caminó sobre la Tierra como ser humano. Fue a la Cruz y murió, pero resucitó de la muerte y vive hoy, y está sentado a la diestra de Dios en el cielo.

Cuando te conviertes en cristiano —o naces de nuevo— automáticamente tomas la naturaleza de Dios, tu Padre celestial. La naturaleza pecaminosa y Satanás son muerte; mas la naturaleza de Dios es vida. Jesús les dijo a las personas de Su tiempo: «Ustedes son de su padre el diablo…» (Juan 8:44). Cuando aceptas a Jesús como tu Señor, le das la espalda a tu padre el diablo, o al “dios de este siglo” como es llamado Satanás (2 Corintios 4:4). Recibes un nuevo Padre, un Padre celestial; y naces de nuevo —no físicamente, sino espiritualmente—. Tu espíritu nace de nuevo a la semejanza de Dios.

Como ya te habrás dado cuenta, eres un ser tripartito: Eres espíritu, tienes un alma (mente, voluntad, emociones), y vives en un cuerpo. Jesús hizo referencia a esto en una conversación que tuvo con Nicodemo (Juan 3:3-7).

Jesús le dijo: “Debes nacer de nuevo”.

Y Nicodemo le preguntó: “¿A qué te refieres? ¿Acaso tengo que entrar en el vientre de mi madre?”.

Jesús le respondió: «No, pues lo que es nacido de la carne, carne es. Pero lo que es nacido del Espíritu, espíritu es».

Cuando naces de nuevo, renaces espiritualmente. Pues naces del Espíritu de Dios. Ése fue el propósito principal por el que El Espíritu Santo fue enviado a la Tierra. Cuando aceptas a Jesús como el Señor de tu vida, el Espíritu Santo llega a morar en tu interior haciendo que tu espíritu sea recreado. De acuerdo con 2 Corintios 5:17, cuando aceptas a Jesús como tu Señor, te conviertes en una nueva criatura, o en una nueva creación; las cosa viejas pasaron y ahora son nuevas. Y en cuanto a Dios, te presentas ante Él como una nueva persona. Eres renacido del pecado y de la muerte, a una vida justa y nueva. Ésa es la verdad.

En 1 Juan 5:1-4, leemos: «Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, ha nacido de Dios…Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe».

Quiero que le prestes atención a lo que le sucede a una persona al momento de aceptar a Jesucristo como el Señor de su vida. Ante los ojos de Dios, se convierte en alguien que vence al mundo. El pecado ya no tiene ningún dominio sobre su vida, y deja de ser su señor. Ahora Jesús es su Señor y puede vivir por encima de cualquier fuerza satánica en el mundo.

Después de que Jesús resucitó de la muerte, se presentó ante Sus discípulos y les indicó: «…Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra» (Mateo 28:18). Luego, le transmitió ese poder a Su pueblo cuando les dijo: «…Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura» (Marcos 16:15). ¿Y cuál es el evangelio? Son las buenas nuevas de que Dios ya no se acuerda de sus pecados ni los usa en su contra.

La Biblia nos da instrucciones específicas que debemos cumplir, para convertirnos en cristianos o para nacer de nuevo. Lee Romanos 10:8-11:

«…Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón. Esta es la palabra de fe que predicamos: que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación. Pues la Escritura dice: Todo aquel que en él creyere, no será avergonzado».

En Juan 6:37, Jesús dijo: «…al que a mí viene, no le echo fuera». No importa el tipo de pecador que seas, tampoco importa lo que hayas cometido, aun así puedes presentarte ante Jesús y Él te aceptará. Y cuando te presentes ante Él, Jesús se encargará de que nazcas de nuevo. Hará de ti una nueva criatura y el pecado que te asechaba será parte del pasado. Pues desaparecerá. ¡Y serás aceptado por Dios como si nunca hubieras pecado!

Para nacer de nuevo debes usar tu boca y tu corazón. Primero, debes creer en tu corazón que la Palabra de Dios es verdad; y luego, debes confesarla con tu boca porque creíste en Él.

Quiero que sepas algo muy importante: Tú no confiesas que eres salvo porque te sientes salvo. Los sentimientos no tienen nada que ver en lo absoluto con la salvación. Permíteme darte un ejemplo:

Supongamos que alguien te dice: “Esta mañana fui al banco y deposité USD $1,000 en tu cuenta”. ¿Cómo sabrás si en realidad hizo lo que te dijo? No lo creerás porque te sientas USD $1,000 más rico, y tampoco dudarás de esa persona porque sientas algo diferente. Tus sentimientos no tendrán nada que ver con esto. Si la palabra de esa persona es cierta, le creerás. Pero si su palabra no es confiable, no le creerás.

Ahora bien, cuando se trata de tu salvación, confías en ella por la Palabra de Dios —y Dios no miente—. Él cumple lo que ha dicho. Si Él lo dijo, puedes creerle. Dios declaró que si crees en tu corazón, y confiesas con tu boca que Jesús es el Señor, serás salvo. No debes basar tu salvación en cómo te sientes. Debes basarla en la pureza no adulterada de la Palabra del Dios todopoderoso.

La Palabra de Dios es la única evidencia con la que cuentas para ser salvo, ¡y eso es todo lo que necesitas!

Es probable que transcurran muchos días y tú aún no sientas que eres salvo. Tal vez te empieces a preguntar si en realidad alguna vez fuiste salvo. Tendrás dudas —¡Satanás verá que así sea!—. Sin embargo, cuando esos pensamientos y sentimientos se presenten, acude a la Palabra de Dios. Y verás que ésta continúa siendo la misma. Dios y Su Palabra nunca cambian. Ésta tiene el mismo poder hoy, como cuando fue declarada por primera vez. Las personas y las tentaciones tratarán de convencerte de que eso no funcionó. Las dudas se harán presentes en tu mente. Sin embargo, todas esas cosas no deben alterar el hecho de que la Palabra de Dios es verdad.

Jesús dijo en Juan 10:10: «…yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia». En cuanto aceptas a Jesús como el Señor de tu vida, sientes el deseo de vivir, en lugar de morir. Eso te lo puedo testificar con mi propia vida. Antes de aceptar a Jesús como mi Señor, iba directo al infierno. Todo lo que me gustaba hacer era dañino para mi vida. Los hábitos que había desarrollado durante 25 años estaban destruyendo mi cuerpo y mi mente. Sin embargo, cuando acepté a Jesús como el Señor de mi vida, todos esos deseos cambiaron. De repente, tuve el deseo de deshacerme de esos hábitos sucios. Sentí las ganas de deshacerme del tabaco, del alcohol, de los pensamientos inmorales, de mi mal comportamiento, de las malas palabras, etc. Mis deseos cambiaron por completo. ¿Por qué? Porque fui transformado. El verdadero yo; es decir, mi espíritu nació de nuevo. Y mi espíritu trajo cambios a mi mente y a mi cuerpo.

Esos cambios también están a tu disposición. Dios está ahí, listo para aceptarte y cambiarte. Ya no tienes que vivir más en pecado. Ya no debes vivir una vida de derrota. No tienes que hacer nada, excepto ser hijo de Dios. Podrás andar por el camino de la vida en victoria con Jesús como tu Señor y Salvador. Ya no tienes que sentarte en el asiento de atrás con Satanás. ¡Puedes ser cabeza y no cola!

Ahora quiero que me acompañes a hacer una oración de salvación. No la leas solamente; haz el esfuerzo consciente de declarar estas palabras desde lo más profundo de tu ser. Y cuando termines de hacerla, serás una persona nacida de nuevo.

Padre celestial, en el nombre de Jesús me presento ante Ti.

Oro y le pido a Jesús que sea el Señor de mi vida. Creo en mi corazón, por tanto, lo confieso con mi boca: “Jesús resucitó de la muerte”. Y en este momento lo acepto como el Señor sobre mi vida.

Jesús, te pido que entres a mi corazón. Creo que desde este momento soy salvo, y confieso que: “He nacido de nuevo. Ahora soy cristiano e hijo del Dios todopoderoso”.

Ahora agradécele a Dios por hacerte Su hijo. En Colosenses 1:12, dice: «…gracias al Padre, que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz». Desde este momento has sido hecho partícipe de una herencia en Dios. ¡Acabas de heredar el reino de Dios!

Refiriéndose a Dios, los siguientes versículos declaran: «…que también nos ha librado del poder de la oscuridad y nos ha trasladado al reino de su amado Hijo, en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de los pecados».

No tienes que esperar hasta morir para recibir tu herencia. En este preciso momento eres hijo de Dios, ¡y puedes recibir todo lo que te pertenece, ahora! 1 Juan 3:2, afirma: «Amados, ahora somos hijos de Dios…». Has sido liberado de las tinieblas y has sido trasladado al reino de Dios.

Jesús dijo en Lucas 12:32: «Ustedes son un rebaño pequeño. Pero no tengan miedo, porque su Padre ha decidido darles el reino».

¡Bienvenido a la familia de Dios!

Y como siempre, si necesitas a alguien para que se ponga de acuerdo contigo en oración, por favor llama a nuestros ministros de oración, o envía una petición de oración. Cualquier día del año, a cualquier hora del día ya sea de día o de noche, ¡estamos aquí para ti!