«Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo…»
(Romanos 8:15-17)
Como creyentes, se nos ha dado un espíritu de adopción. Ya no somos más huérfanos espirituales. Un huérfano se siente despreciado y solo. No tiene a nadie quien le provea ni a nadie que en realidad se preocupe por su futuro.
Un huérfano lucha de continuo contra temores y sentimientos de indignidad. Cuando potenciales padres visitan el orfanatorio, un huérfano puede sentirse nervioso, pues desea lucir bien a pesar de tener pantalones harapientos y zapatos desgastados. Sin embargo, en su interior siente miedo. Él piensa: “Nadie me va a querer. No soy lo suficientemente bueno, atractivo e inteligente. Tengo el color equivocado de piel…”.
Ése era el espíritu que teníamos antes de nacer de nuevo. Sin embargo, cuando aceptamos a Jesús como nuestro SEÑOR, ¡todo cambió! De pronto, ya teníamos un Padre. Alguien quien nos amó y nos salvó. Alguien a quien podíamos acudir cuando la vida se ponía difícil y peligrosa. Y por fin, pudimos gritar: “¡Papi, ayúdame!”. Sabiendo que obtendríamos la respuesta de alguien.
Si usted estudia la adopción en la cultura hebrea, se dará cuenta de cuán poderoso es en realidad el espíritu de adopción. De acuerdo a la ley judía, es ilegal que un niño adoptado sea desheredado. Él es el miembro de la familia más asegurado. Y no importa cuántos hijos hayan en la familia, el adoptado recibe todos los privilegios del primogénito.
¡Contamos con esos mismos derechos en la familia de Dios! No tenemos razones para sentirnos inseguros ni con temor. A través de la sangre de Jesús, se nos ha dado una irrevocable relación de Padre e hijo, y nos hemos convertido en herederos juntamente con Cristo. Eso significa que todo lo que le pertenece a Jesús, también nos pertenece a nosotros: Su justicia, Su autoridad, ¡Su victoria sobre el pecado, sobre la enfermedad y sobre el diablo! Todas nuestras necesidades ya han sido suplidas conforme a ¡Sus riquezas en gloria!
Ya no tenemos por qué sentirnos como huérfanos espirituales o como personas indignas, y al final preguntarnos si alguien nos va ayudar. Pues ya recibimos el espíritu de adopción. Debemos vivir con la cabeza en alto, sonriendo y diciéndole a las personas: ¡Mi Padre me ama! ¡Mi Papá cuida de mí! ¡Y siempre está ahí para mí!
Las personas religiosas podrían decir: “Será mejor que tengas cuidado con lo que dices. Pues para mí suena como un espíritu de orgullo”.
No, no lo es. Es sólo el espíritu de adopción hablando. Es el testimonio de un huérfano que ahora es hijo. ¡Ésa es la canción de los redimidos!