«Honrad a todos. Amad a los hermanos. Temed a Dios. Honrad al rey.»
(1 Pedro 2:17)
La razón por la que nosotros, como hijos de Dios, vivimos en este mundo es para establecer el reino de Dios. Ciertamente, Él desea bendecirnos y darnos una vida maravillosa, pero si eso es todo lo que anhela realizar, nos llevaría al cielo en el instante en que aceptamos a Jesús como el SEÑOR de nuestra vida. Después de todo, lo menos que el cielo tiene para ofrecernos supera lo mejor que tenemos en la Tierra.
Sin embargo, Dios nos deja aquí para que influenciemos a los demás, a fin de que los alcancemos para Su Reino. Nos pidió que compartiéramos el evangelio con los inconversos, para que puedan nacer de nuevo. Una de las formas más poderosas en que podemos lograr esa tarea es amándolos.
El amor de Dios es una de las fuerzas más evangelistas de todas. El mundo entero busca amor todo el tiempo, adondequiera que van. Quizá no se haya percatado de eso, si ha sido cristiano todo el tiempo. Y es posible que piense en el amor como un hecho seguro. Lo sé, porque en ocasiones lo hago. Toda mi familia, todos mis amigos y todas las personas con las que trabajo son salvos… y puesto que todos ellos tienen el amor de Dios fluyendo a través de sí, casi siempre estoy rodeada de amor.
Las personas del mundo no han tenido esa experiencia. Se encuentran rodeadas por una sociedad egoísta y en constante competencia. No han sido muy expuestas al amor de Dios, y están hambrientas por ese amor.
Si tan sólo permite que el amor de Dios, el cual está en su interior, fluya hacia esas personas; se sorprenderá de cuánto los ministrará. Si las honra y las respeta, y las trata como si fueran los seres más preciosos y valiosos en el mundo; el amor de Dios las tocará y abrirá su corazón. Entonces, cuando usted tenga la oportunidad de compartirles el evangelio, estarán dispuestas a escuchar las buenas nuevas. Y estarán preparadas y listas para recibir.
En tiempos pasados, la Iglesia cometía grandes equivocaciones en esta área. Nos enfocamos demasiado en el pecado de la gente que comenzamos a ignorarlos y a menospreciarlos. Desarrollamos una actitud interna de desprecio hacia quienes estaban en rebelión contra Dios y no habían nacido de nuevo.
Sin embargo, en la Biblia no se nos enseña que actuemos de esa manera, pues en ella leemos que debemos honrarlos a todos. También se nos enseña que necesitamos ser como nuestro Padre quien amó mucho, no sólo a los justos; sino a todo el mundo, y envió a Jesús a morir por sus pecados. Incluso en nuestra condición de caídos y deshonrados, Dios vio en nosotros a los maravillosos seres que Él diseñó. Él recordó lo que éramos antes de la caída, nos vio con ojos de amor, y vio que, por medio de Su redención, podríamos volver a ser lo que antes éramos.
Cuando comencemos a ver al inconverso bajo el conocimiento de esa revelación, lo amaremos como Dios lo ama… y ese amor lo acercará al Padre.