«Porque convenía a aquel por cuya causa son todas las cosas, y por quien todas las cosas subsisten, que habiendo de llevar muchos hijos a la gloria, perfeccionase por aflicciones al autor de la salvación de ellos. Porque el que santifica y los que son santificados, de uno son todos; por lo cual no se avergüenza de llamarlos hermanos, diciendo: Anunciaré a mis hermanos tu nombre, En medio de la congregación te alabaré.»
(Hebreos 2:10-12)
Una de las cosas que le ayudarán a obtener una revelación más grande del amor de Dios es, ser franco con Él. Si usted usa español antiguo cuando conversa con Él (y ya no estamos en esa época), deténgase. Platique con Dios como si estuviera conversando con alguien a quien ama y respeta. Sea sincero, transparente y sobretodo sea usted mismo.
No cambie el tono de su voz al decir: “¡Oh altísimo Dios! ¿Habrá algo que os pueda decir que Tú no pesais?”. Dígale lo que hay en su mente. De todos modos, usted no puede engañarlo. Él sabe cuál es su forma de hablar, pensar, y qué está haciendo, y a pesar de todo ello, Él lo ama. Por tanto, no intente engañarlo. Hace años, yo actuaba de esa manera, al andar con rodeos en mi oración; tratando de evitar conversar con el SEÑOR algunas cosas que había hecho mal. Un día, Dios me interrumpió y me dijo: Kenneth, yo no me entero de tu pecado en el momento en que tu lo confiesas, sino cuando te deshaces de éste.
Durante años, esa ha sido la base de la comunicación entre Dios y yo. E incluso, me hizo entender que no necesito ser muy espiritual para platicar con Él. Como dijo un amigo: «Yo no tengo una relación “vertical” con Dios. Pues puedo hablar con Él de manera “horizontal”; es decir, cara a cara y de corazón a corazón».
Quizá usted argumente: “¡Cielos hermano Copeland! ¿Cómo puede afirmar algo así? Recuerde, Él es Dios y está por encima de todos nosotros”.
Sé que Él es Dios. Sé que es alto y sublime. Sin embargo, he leído en la Biblia que a causa de que estoy en Cristo, estoy sentado en los lugares celestiales con Él. Dios es mi Padre y Jesús de Nazaret es mi hermano. Yo lo llamo: “SEÑOR” y Él a mí: “Hermano”, y estamos juntos. No debo estar bajo sus pies, pues mi lugar es a Su lado. Puedo platicar con Él de amigo a Amigo —no porque me lo merezca—, sino porque Su gran amor y Su misericordia me dieron ese lugar.
Además, ya nací de nuevo a Su imagen. Y entre más lo conozco, más me doy cuenta que me entiende y me aprecia más que a nadie. Y usted será consciente de lo mismo, cuando dejé de buscarlo de manera religiosa; y sea sincero con Él. Entonces, descubrirá cuán maravilloso y real puede ser el amor de su Padre celestial.