«No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.»
(1 Juan 2:15-17)
En una oportunidad, escuché la historia acerca de una gallina y un cerdo que iban camino a la iglesia a un desayuno de oración. Le pidieron a la gallina que proveyera los huevos, y al cerdo que proveyera el tocino. El cerdo exclamó: «Señorita gallina, usted está involucrada, pero yo estoy comprometido».
Cuando se trata de vivir en amor, debemos estar tanto involucrados como comprometidos. Debemos ser como el cerdo, dispuestos a entregar y rendir nuestra vida en beneficio de otros. Sin embargo, también debemos ser como la gallina, al desprendernos de las cosas que Dios nos ha dado para cuando se necesiten.
Algunos creyentes fallan en la segunda parte, porque le fallan al amor con las cosas materiales. Se aferran tanto a éstas, y les duele dejarlas ir. Por tanto, aunque obedecen al SEÑOR al dar, se les dificulta hacerlo con alegría.
Por esa razón, debemos ver de manera objetiva el dinero y las cosas materiales. Necesitamos recordar que son más valiosas, cuando se utilizan para expresar el amor de Dios. Cuando usted comprenda esa verdad, se dará cuenta para qué sirven las cosas materiales de este mundo —para expresarles el amor de Dios a los demás—. Por tanto, cuando tomamos las cosas que Dios nos ha dado y se las damos a los demás, las estamos dejando en el lugar donde corresponden. Las estamos usando para su propósito original.
Además, estamos dejando que el ciclo continúe. Dios nos da… nosotros le damos a otros… y Él nos da de nuevo: «…medida buena, apretada, remecida y rebosando…» (Lucas 6:38).
Cumplir ese principio, nos llevará de la economía del sistema del mundo a la economía del reino de Dios. La economía del mundo, está basada en el egoísmo, de modo que expresa: “Si tengo algo debo conservarlo”. Pero, el sistema de Dios está basado en el amor, y en las palabras de Efesios 4:28: «…haciendo con sus manos lo que es bueno, para que tenga qué compartir con el que padece necesidad».
En la economía de Dios, usamos las cosas para amar a las personas. Nunca usamos a las personas, porque amamos las cosas. Y cuando veamos necesidades en la vida de los demás, debemos estar dispuestos, no sólo a estar involucrados, sino comprometidos y felices de dar cualquier cosa que el amor nos demande.