«Según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado.»
(Efesios 1:4-6)
Todo temor desaparecería de nuestra vida, si tan sólo entendiéramos cuán amados y cuán preciados somos para nuestro Padre celestial. Si supiéramos cuán preciados somos para Él, y si comprendiéramos cuán comprometido está Dios en amarnos y protegernos; nuestras ansiedades saldrían volando por la ventana. Nuestras preocupaciones se desvanecerían, y seríamos las personas más felices y despreocupadas que este mundo haya visto.
Sin embargo, a la mayoría de nosotros nos han robado esa revelación. La religión nos ha impresionado y nos ha hecho pensar que sólo somos pecadores sin valor alguno y que somos salvos por gracia; somos también huérfanos desolados quienes deberíamos estar contentos de que se nos permita mendigarle al SEÑOR por la puerta trasera. Hay una anécdota de una anciana, con esa mentalidad, quien pasó a testificar en una iglesia, y dijo: «Para Jesús sólo soy un gusano en la tierra». Y Mencionó esa frase tantas veces que un hombre de la congregación ya no se pudo resistir más.
Se puso en pie, y le respondió: «Sí abuelita… y un día de estos el diablo te va a usar como cebo para pescar».
Eso no es sólo gracioso, sino es cierto. Mientras el diablo pueda evitar que tomemos nuestro lugar en la familia de Dios, y que recibamos por fe los cuidados del Padre, él podrá atemorizarnos de día y de noche. Y puede hacernos sentir como huérfanos atemorizados, aún cuando hemos sido adoptados como ¡hijos del Dios todopoderoso!
Hubo un tiempo en el que sí fuimos huérfanos. En la Biblia se nos enseña que antes de ser salvos estábamos: «…sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo» (Efesios 2:12). Sin embargo, cuando le clamamos al SEÑOR, Él nos rescató, nos hizo miembros de Su familia. Y eso nos hace especialmente preciosos para Él.
En el Antiguo Testamento, se nos revela cuán extrema es la protección de Dios hacia los huérfanos que le piden ayuda, cuando Él le expresó a Israel: «Porque si tú llegas a afligirles, y ellos clamaren a mí, ciertamente oiré yo su clamor; y mi furor se encenderá, y os mataré a espada…» (Éxodo 22:23-24).
Hoy en día, Dios nos continúa protegiendo de esa forma. Cuando alguien intenta hacernos daño, Él lo toma de manera personal y sale en nuestra defensa. Como Sus hijos adoptivos, Él nos sustenta con ternura y nos sujeta con Sus manos poderosas.
Incluso hace que este peligroso mundo, sea un lugar perfectamente seguro para habitar.