«Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia. Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo. Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados. Y andad en amor, como también Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante.»
(Efesios 4:31-5:2)
Es fácil amar y ser amable con las personas que nos aman y son amables con nosotros. El desafío llega cuando alguien (no sólo una persona extraña, sino un amigo o un hermano en el SEÑOR) le hace algo malo. El verdadero examen del amor se lleva a cabo cuando una persona, a quien usted se ha esforzado en BENDECIR; lo critica y habla chismes de usted.
¿Será posible no enojarse y amargarse en esas situaciones? ¿Podría ser tierno, amable y olvidar lo que le hizo esa persona, en vez de tratarla fríamente para hacerla pagar por sus malos tratos?
Claro que sí, pues usted es un hijo de Dios; por tanto, usted posee Su naturaleza. Y Él ha probado una y otra vez que Su naturaleza es perdonar. Es más, a través de Su PALABRA, de forma clara nos manda a que lo imitemos —que actuemos de la misma forma en que Él hubiera actuado en nuestra situación—, y puede estar seguro que el Señor lo equipa y le da autoridad para hacerlo.
Una de las mejores formas para que le sea más fácil perdonar es recordando que Dios le ha perdonado por gracia. Cuando se sienta tentado a guardar rencor o ser duro con alguien que lo ha lastimado, ponga los malos pensamientos hacia esa persona por un lado; y en vez de eso, y medite en que gracias a Jesús, Dios ha perdonado no solo algunos; sino todos los pecados que usted ha cometido. Arrodíllese ante Él, ore y adórelo por haber lavado esas manchas de pecado y defectos que habían en usted; y por haberlo amado aunque usted no se lo merecía.
Agradézcale por la seguridad que le da, de que si usted tambalea y cae en el futuro; Su misericordia estará allí una vez más. Exprésele su gratitud por haberle prometido que si usted confiesa sus pecados, Él es fiel, en perdonarlos y en limpiarlo de toda injusticia.
Si usted le agradece con un corazón sincero la amargura y el enojo que sentía hacia su hermano o hermana; empezarán a desvanecerse. En vez de preguntarse: ¿cómo podría perdonar? Usted pensará: Cómo no perdonar, esto no se compara a la gran deuda que Dios me ha perdonado.
En lugar de perdonar de mala gana a quien lo ofendió, usted lo hará con mucho gusto. Ofrecerá su perdón, no sólo como un regalo para su hermano; sino como un sacrificio de amor con olor fragante.