«Pero el fundamento de Dios está firme, teniendo este sello: Conoce el Señor a los que son suyos; y: Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo. Pero en una casa grande, no solamente hay utensilios de oro y de plata, sino también de madera y de barro; y unos son para usos honrosos, y otros para usos viles. Así que, si alguno se limpia de estas cosas, será instrumento para honra, santificado, útil al Señor, y dispuesto para toda buena obra»
(2 Timoteo 2:19-21)
Algunos creyentes, que saben bien las Escrituras y cómo funciona la fe, creen que están listos para realizar grandes obras para Dios. Sin embargo, aún están esperando la oportunidad de hacer algo en el ministerio; y se preguntan por qué nunca llega esa oportunidad.
Muy a menudo, se debe a que aún no se han apartado de la iniquidad. No se han limpiado de los pecados imperceptibles como la amargura y la falta de perdón. Y tampoco se han consagrado a vivir en amor.
La peor parte es que ni siquiera se dan cuenta. Se impresionarían si alguien les advirtiera que hay pecado en su vida. No obstante, en la Biblia se nos enseña de manera clara que Dios considera la falta de perdón sobre las ofensas más pequeñas, una debilidad de nuestra parte. Pues las pequeñas deudas que no perdonamos, le dan lugar a Satanás en nuestra vida —lo más mínimo que podamos realizar y decir en contra de alguien, palabras hirientes y comentarios sarcásticos—. Muchas veces estos incidentes ofensivos ocurren con personas que ni conocemos personalmente. Los olvidamos con facilidad, pero jamás los perdonamos.
Un día, mientras oraba por esta situación, el Espíritu de Dios me mostró qué sucede cuando permitimos que cosas como ésas se queden en nuestro espíritu. Vi una tubería que se extendía entre Dios y yo. Ésta era un canal que llevaba el poder de Dios. Del lado del Señor, el poder fluía con abundancia; en cambio del mío, apenas destilaba.
Suciedad e inmundicia obstruían la tubería. Él me explicó que esa inmundicia era la falta de perdón, y las malas actitudes. Las cuales poco a poco se habían quedado estancadas en la tubería (la cual representaba mi espíritu). Dios no impedía que Su poder fluyera hacia mí, pues éste sí fluía. Pero la tubería estaba tan sucia que Su poder no podía pasar a través de éste.
Si queremos ministrar el evangelio de manera eficaz; es decir, llevar las buenas nuevas del SEÑOR Jesucristo al mundo; debemos permitir que el poder de Dios fluya a través de nosotros sin obstáculos. El Espíritu Santo no puede usarnos a plenitud, cuando nuestro espíritu está tapado con amargura, resentimiento y falta de perdón.
A fin de ser vasos útiles para el Maestro, necesitamos abrirle nuestro corazón a Dios, y limpiarnos de toda inmundicia. Estaremos preparados para ministrar a los demás cuando vivamos conforme al amor de Dios.