«Sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor.»
(Efesios 4:15-16)
La imagen de la iglesia en el Nuevo Testamento, es la de un hogar muy parecido al cielo; pero en la Tierra. Es la imagen de una familia poderosa, y un Padre celestial unidos con inquebrantables lazos de amor.
Es una familia, donde incluso los bebés espirituales están a salvo de las tormentas de la vida. Aún cuando ellos no están lo suficientemente fuertes para pelear la batalla de la fe por sí mismos y tienen temores, saben que si lo necesitan pueden acudir a su familia en busca de ayuda.
¿Alguna vez vio a un niño asustado por un trueno o por un rayo de luz? Si el niño vive en un hogar amoroso, él no se quedaría sólo en su habitación temblando, y tratando de hacerse el valiente. Sino correría hacia el fondo del pasillo, y saltaría a la cama de sus padres o se acurrucaría al lado de su hermano o hermana mayor. Y unos minutos después, se quedaría profundamente dormido, seguro en ese lugar de amor.
Así es como la familia de Dios debería ser. La intención de Dios nunca fue que nos atormentáramos y criticáramos unos a otros. Él nunca quiso que lastimáramos a nuestro prójimo ni que fuéramos ásperos con aquellos que caen y pecan. No, el SEÑOR nos pidió que cuidáramos, incluso de aquellos que han caído; es decir, hacernos cargo del débil y confortar a los desanimados. Su instrucción es: “Ayúdense a llevar (sobrellevar, acarrear) las cargas y penosos defectos morales de su prójimo, y de esa manera cumplirán… la ley de Cristo” (Gálatas 6:2, AMP).
Imagínese qué sucedería si obedeciéramos a plenitud esas instrucciones. Medite en lo que se convertiría la Iglesia, cuando dejemos de tratarnos como una institución o una simple organización; y empecemos a funcionar como la poderosa familia de amor de Dios que somos. Seríamos una familia con lazos tan fuertes que cuando el enemigo ataque a uno, descubrirá que se está enfrentando a todos nosotros. Una familia que de continuo se edifica a sí misma, en lugar de demolerse a sí misma.
Usted sabe que con la gracia de Dios podemos lograrlo. Antes de ser arrebatados al cielo como Iglesia, podemos traer el cielo a la Tierra. Y lo único que tenemos que hacer, es tomar nuestro lugar como familia de Dios, ayudarnos unos a otros y tomar la decisión de calidad de comprometernos a compartir a plenitud el amor entre nosotros.