«Dejemos que nuestras vida de amor exprese la verdad [en todas las cosas, hablando la verdad, tratando con la verdad, viviendo con la verdad]. Envueltos en amor, crezcamos en cada área y en todas las cosas en Él, quien es la Cabeza [incluso] Cristo (el Mesías, el Ungido).»
(Efesios 4:15, AMP)
Hoy en día, la mayoría de cristianos están cansados de “jugar a la iglesia”. Estamos listos para tomar las cosas de Dios en serio. Disgustados con la carnalidad e inmadurez, queremos hacer a un lado las cosas de niños y crecer espiritualmente para ser como Jesús.
Por supuesto, no somos los primeros que sentimos ese deseo. El apóstol Pablo también lo tuvo hace casi 2,000 años. Él oró fervientemente para que un día todos nosotros: “… [lleguemos] a la verdadera madurez (toda la personalidad la cual no es nada menos que la perfección de la estatura de Cristo), la medida de la estatura de la plenitud en Él” (Efesios 4:13, AMP).
Pablo no sólo oró para obtener esa clase de madurez espiritual, sino también nos exhortó a que nos dirigiéramos hacia ella. Él afirmó: “Envueltos en amor, crezcamos en cada área y en todas las cosas en Él…”.
Esa frase, envueltos en amor, cobró vida en mí desde hace algunos años. Me he dado cuenta, cada vez más y más que el amor es la única clave para crecer en Dios. Si no crecemos en amor, no creceremos en ninguna otra área.
Quizá a algunas personas les sorprenda saber que deben crecen en amor, y piensen que el amor es tan sencillo, que sólo los principiantes espirituales deberían estudiarlo. Pues tal vez es posible que consideren los dones del Espíritu Santo —la profecía, la sanidad y los milagros— como lo más relevante para el creyente maduro. Sin embargo, la iglesia de los corintios demostró que los dones no son prueba de la madurez espiritual en las personas. Ellos tenían abundancia de dones espirituales, pero el apóstol Pablo se refirió a ellos como: “niños… en Cristo… todavía [no espirituales, teniendo la naturaleza] de la carne…” (1 Corintios 3:1,3; AMP).
Gracias a Dios, no tenemos que quedarnos así. No debemos permanecer por completo estancados en la infancia espiritual, pues cada día podemos seguir creciendo en Jesús.
Además, sabemos cómo medir nuestro progreso. Si deseamos saber si somos o no espirituales, no debemos fijar nuestra mirada en los poderosos dones del Espíritu que ya poseemos; sino en nuestra vida de amor. Mientras más espiritualmente maduros seamos, más marcará y gobernará nuestra vida el amor.