«El SEÑOR es mi Pastor [Quien me alimenta, me guía y me protege], nada me faltará. Me hará descansar en [frescos y tiernos] pastos verdes; me guiará a descansar junto a aguas de reposo…. Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida, y el resto de mis días los pasaré en la casa del SEÑOR [y en Su presencia] que será mi morada.»
(Salmos 23:1-2, 6, AMP)
El salmista David es uno de los personajes bíblicos que entendió muy bien la misericordia de Dios. Era un joven pastor que cuidaba un rebaño de ovejas en las montañas de Israel, y debido a que David vivía en comunión con Dios, llegó a conocer Su naturaleza. Aprendió que Dios es un Dios de amor. Él es bueno, es amable y es paciente. A diario, David descubría que Dios cuidaba de él, que le proveía para suplir sus necesidades; y que además, lo libraba del peligro.
David confiaba en el amor de Dios, y esa confianza lo convirtió en un joven valiente y audaz ante situaciones de peligro. Cuando un león se acercó a una oveja de su rebaño, David no huyo. Con sus propias manos agarró al león de la quijada y lo mató. Y lo mismo hizo cuando se acercó un oso, David también lo mató.
Cuando todos en Israel estaban asustados por el gigante Goliat, David fue el único valiente que se enfrentó a él. Aunque los demás, quisieron advertirle que pelear en contra de Goliat era muy peligroso, David no mostró ningún temor. Él simplemente dijo: «… Jehová, que me ha librado de las garras del león y de las garras del oso, él también me librará de la mano de este filisteo. Y dijo Saúl a David: Ve, y Jehová esté contigo». (1 Samuel 17:37).
Esas palabras revelan que David no sólo conocía el amor y la fidelidad de Dios, sino que también había visto la manera en que obraban en su vida. Había visto todas las victorias que el amor de Dios había ganado por él, y tan sólo pensar en ellas lo convertían en un hombre valiente.
Y hoy en día, lo mismo puede sucedernos. A medida que compartamos más acerca del amor de Dios; y mientras más lo veamos obrando en nuestra vida, más victorias tendremos para recordar. Mientras más victorias recordemos, más difícil será para el diablo convencernos de dejarlo que nos pisotee.
Cuando el diablo trate de convencernos que en esta ocasión, nos derrotará; no podrá hacerlo. Pues nosotros recordaremos al león y al oso en nuestra vida, y declaramos: Si Dios me amó tanto para haberme traído hasta aquí, ¡Él me ama lo suficiente para guiarme por el resto del camino!
Al igual que David, nos levantaremos en fe y mataremos a los gigantes que traten de detener el cumplimento de la voluntad de Dios en nuestra vida. Con el SEÑOR como nuestro Pastor, enfrentaremos cada batalla sin temor alguno, confiando en que Su bondad, Su misericordia y Su amor los cuales nunca fallan nos seguirán todos los días de nuestra vida.