¡Simplemente cree en la Palabra! Pues dice: «Y estas señales acompañarán a los que crean: En mi nombre [Jesús] expulsarán demonios…pondrán sus manos sobre los enfermos, y éstos sanarán».
Nota que esos versículos dicen que ellos sanarán. Ésa es una promesa firme, y nuestra responsabilidad como creyentes, es creer en ella —sin importar lo que nuestros sentidos nos digan—.
Eso es muy importante, pues nuestros sentidos físicos –lo que vemos, escuchamos, y sentimos− muy frecuentemente nos dan una imagen errónea de lo que está sucediendo. Los sentidos son limitados. Y éstos no pueden decirnos lo que está pasando en el mundo espiritual.
Por ejemplo, Marcos 9 nos relata la historia de un padre que acudió a Jesús para pedirle ayuda por su hijo que estaba poseído por un demonio. Jesús reprendió al espíritu y le ordenó que saliera del joven. ¿Y qué pasó? Si lo vemos desde una perspectiva natural, parecía que Jesús había empeorado la situación, pues en el versículo 16 dice: «El espíritu salió…sacudiendo con violencia al muchacho, el cual se quedó como muerto. En efecto, muchos decían: «Está muerto».
Sin embargo, a diferencia de muchos de nosotros; Jesús tenía más fe en la Palabra de Dios, de la que tenía en sus sentidos naturales. Él no fue movido por la manifestación física del joven. Él sólo creyó que el demonio había huido.
Y como resultado: «…Jesús lo tomó de la mano, lo enderezó, y el muchacho se puso de pie» (versículo 27). Y esto es lo que debes entender: Dios siempre hace Su parte. Él dijo que cuando pongamos nuestras manos sobre los enfermos, ellos sanarán. Por lo tanto, si alguien recibe o no recibe su sanidad, es algo que no debemos juzgar. Nuestro trabajo consiste en poner nuestras manos sobre ellos, creer en la Palabra, orar, o hacer lo que la Palabra nos pida. Y podremos estar seguros que cuando le obedecemos con fe, la sanidad siempre se manifestará.
Sin embargo, daté cuenta que no dije que todos reciben la sanidad. Pues algunas veces las personas no la recibirán. En algunas ocasiones, ellas están llenas de temor, duda, o incredulidad; y no pueden tomar lo que Dios les da.
Sin embargo, cuando eso suceda, no quites tu fe, ni digas: “Bueno, pienso que esta vez no funcionó”. ¡No, no hagas eso! ¡Pues es probable que tu fe sea la única esperanza que esa persona tenga! Así que continúa creyendo en Dios.
Has la siguiente confesión: “Señor, hice todo lo que Tu Palabra me pide que haga. Puse mis manos sobre el enfermo, y por lo que sé, todas las personas en donde pongo mis manos son sanadas. Ahora estoy firme en fe, creyendo por sanidad. Abre los ojos de su entendimiento. Envía obreros a su camino con la Palabra de Dios, para que puedan animar su fe; y de esa forma, puedan recibir su completa sanidad. En el nombre de Jesús”.
Una vez que hagas esa oración, no retrocedas. Avanza con fe. Continúa poniendo tus manos sobre el enfermo. Y sigue esperando que Dios haga con exactitud lo que prometió.