En 2 Corintios 5:21, dice: «Pues Dios hizo que Cristo, quien nunca pecó, fuera la ofrenda por nuestro pecado, para que nosotros pudiéramos estar en una relación correcta con Dios por medio de Cristo» (Nueva Traducción Viviente). En los Ministerios Kenneth Copeland, creemos que cuando Jesús murió y resucitó por nosotros, Él nos compró una completa y total redención, la cual requería que Jesús venciera la muerte física y espiritual.
Sabemos que Jesús no pecó. Él nació sin la naturaleza espiritual de pecado, como los seres humanos que han nacido de padres terrenales, y nunca cometió pecado mientras estuvo en la Tierra (Mateo 1:23 y Hebreos 4:15).
En la Palabra dice que Él se hizo pecado por nosotros. ¿Para qué? Para que pudiéramos ser justificados, o tener una “posición de justicia” delante de Dios. La naturaleza de pecado que Jesús llevó por nosotros, no sólo afectó Su cuerpo físico, sino Su espíritu. A causa de eso, Jesús murió espiritualmente (separándose espiritualmente de Su Padre), y fue al infierno.
Durante Su vida terrenal, Jesús mantuvo una comunicación constante con Su Padreacido de padres terrenaless. Por tanto, cuando se hizo pecado por nosotros, la separación espiritual (muerte) que ocurrió, fue tan fuerte que Él clamó en voz alta: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?» (Mateo 27:46, Reina Valera 1995). En ese momento Jesús se dio cuenta lo que significa estar separado de Dios a causa del pecado.
Después Él clamó al Señor diciendo: «…Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu…» (Lucas 23:46). En otras palabras, Él no podía salvarse a Sí mismo a donde iba (infierno), porque estaba espiritualmente separado. Jesús estaba confiando que el Padre lo salvaría. Él fue al infierno a sufrir el mismo tormento, que recibiríamos si fuéramos ahí. Jesús pagó el precio más alto, al experimentar la muerte en todos los sentidos.
Jesús tenía un trabajo que hacer en el infierno, pero alabado sea Dios ¡Él no se quedó ahí (Hechos 2:31)! El Espíritu de Dios resucitó a Jesús de la muerte (Romanos 8:11), y se convirtió en el primogénito entre los muertos y el primogénito entre muchos hermanos y hermanas (Colosenses 1:12-18; Romanos 8:29). Jesús despojó a Satanás de su poder sobre la muerte, y se coronó como campeón victorioso sobre la tumba (Hebreos 2:14-18). Hoy podemos aceptar a Jesús como nuestro Señor y Salvador, y vivir con Dios por la eternidad, ¡sin tener que separarnos de Él nunca más (Romanos 10:9-10)!
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