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Pregunta del día

junio 25

¿Maldice Dios a la gente?

Dios no es el autor de la maldición o de cualquier otra cosa que esté relacionada a ella: la enfermedad, la pobreza, y la muerte (Juan 10:10). De acuerdo con Génesis 8:22, Dios estableció la ley de la siembra y la cosecha. Esta ley también es conocida como sembrar (escoger una acción) y cosechar (los resultados de una acción). Por tanto, si tomamos la decisión de hacer algo malo, debemos esperar consecuencias negativas. En Gálatas 6:7-8 leemos: «No se dejen engañar: nadie puede burlarse de la justicia de Dios. Siempre se cosecha lo que se siembra. Los que viven sólo para satisfacer los deseos de su propia naturaleza pecaminosa cosecharán, de esa naturaleza, destrucción y muerte; pero los que viven para agradar al Espíritu, del Espíritu, cosecharán vida eterna» (NTV).
La fuente de una vida maldecida es el pecado, y el diablo es la fuente del pecado —no Dios—. La voluntad de Dios no tiene ninguna relación una vida maldecida, pues Su voluntad está revelada claramente a través de Jesús. La imagen de la fuente del pecado y la maldición, es la siguiente: «Sin embargo, cuando alguien sigue pecando, demuestra que pertenece al diablo, el cual peca desde el principio; pero el Hijo de Dios vino para destruir las obras del diablo» (1 Juan 3:8, NTV). El deseo de Dios es liberar a las personas del pecado y de la maldición, por medio de Jesús.
En Efesios 4:27, dice que no debemos darle lugar al diablo, y cuando un cristiano desobedece a Dios, está dándole lugar al diablo. La desobediencia le abre la puerta a todo, desde las enfermedades y dolencias; hasta la destrucción y la muerte (Romanos 6:23). Así que una de las claves para mantener a Satanás y su destrucción fuera de nuestra vida, es obedeciendo a Dios (1 Juan 5:18).
Eso no quiere decir que vivir en obediencia siempre será fácil. Sin embargo, podemos recibir la gracia de Dios que nos da fuerzas para vivir por encima de los planes del enemigo. Y si en dado caso pecamos, es importante que entendamos que Jesús está dispuesto —y listo— a perdonar y limpiar nuestros pecados. Sólo debemos, es pedirle que nos limpie, y luego recibirlo (1 Juan 1:5-10).
Recuerda siempre que servimos a un Dios bueno, quien busca formas para bendecirnos, y no para maldecirnos (Salmos 35:27; Proverbios 10:22; Ezequiel 33:11).