Primero, debes comenzar a actuar por fe. Pues jamás podrás alcanzar nada, mientras permitas que el temor y la preocupación sean los que dominen tus pensamientos. Deja de pensar de manera negativa, y comienza a pensar y a declarar lo que la Palabra de Dios manifiesta acerca de tus hijos, y no te enfoques en los problemas que ves en sus vidas todos los días.
Por ejemplo, Isaías 54:13 dice: «Yo, el Señor, enseñaré a todos tus hijos, y su paz se verá multiplicada». Recibe esa promesa para tus hijos. Comienza a creer en ella y a confesarla. Luego, encuentra otras promesas en la Biblia (como en Salmos 112:1-2 y Deuteronomio 28:4), y utilízalas para edificar un fundamento de fe en sus vidas.
Gloria y yo hicimos eso por nuestros hijos hace muchos años. Al ver que el diablo quería imponer su voluntad en la vida de ellos, un fin de semana tomamos nuestra concordancia junto a cinco traducciones diferentes de la Biblia. Y comenzamos a buscar versículos, y a escribir oraciones de mutuo acuerdo en lo que concernía a nuestros hijos.
Le pusimos un alto al diablo, y lo hicimos con la ayuda de la Palabra de Dios. Empezamos a declarar: “Gracias a Dios, nuestros hijos no irán al infierno. Gracias a Dios, ellos son enseñados por el Señor, y ¡tienen una gran paz!”. Y en lugar de caminar de un lado a otro preocupándonos por el problema; caminamos de un lado a otro alabando a Dios por la solución.
Las cosas no cambiaron de inmediato. Pues tuvimos que atravesar tiempos difíciles, sin embargo, la Palabra comenzó a cambiar las cosas. Y hoy en día, mis hijos sirven al Señor con todo su corazón.
La segunda cosa que debes hacer, es atar al diablo con la Palabra de Dios y decirle que no puede tener a tus hijos. Luego, sigue las instrucciones que Jesús dio en Mateo 9:38: «…pidan al Señor de la mies que envíe segadores…» al campo en donde pueden alcanzar a tus hijos.
Dios conoce a tus hijos mejor de lo que ellos mismos se conocen. Él sabe a quién escucharán, y sabe cómo llevar a esas personas a la vida de ellos en el tiempo perfecto.
La tercera cosa que necesitas, es comenzar a regocijarte en el Señor; leamos Zacarías 10:7-8: «Efraín será semejante a un guerrero, y su corazón se regocijará como si bebiera vino. También sus hijos lo verán, y se alegrarán; su corazón se gozará en el Señor. «Yo les daré la señal de que vuelvan, y volveré a reunirlos. Cuando los haya redimido…».
¿Puedes ver la secuencia en ese versículo? Cuando los padres se gozan en el Señor, los hijos lo ven y ellos también se gozan. LUEGO, el Señor les dará la señal y los reunirá.
Debes regocijarte en el Señor. Echar sobre Él tus preocupaciones. Es probable que no sepas en dónde se encuentran tus hijos en este momento. Sin embargo, Dios lo sabe; y las Escrituras declaran que Él les dará una señal para que regresen. No importa en dónde estén ahora.
Lo cuarto que necesitas hacer −y probablemente lo más importante− es que cuando ores por tus hijos, pídele a Dios que te cambie a ti también.
Conozco padres de familia que han puesto en práctica estos pasos, le han pedido a Dios que envíe de vuelta a sus hijos, y Él lo ha hecho. Sin embargo, a la hora que los hijos regresan a casa, los padres no han cambiado ni un poquito. Lo cual ha causado que los hijos huyan de sus hogares de nuevo.
No permitas que eso te suceda. En lugar de eso, inunda tu corazón en la dulzura y compasión de Dios. Y permite que Dios te cambie para que seas una persona llena de Su presencia, a fin de que tus hijos no quieran abandonar el hogar.
Aun con todo esto, debes estar atento, pues es probable que tus hijos no cambien de la noche a la mañana. Y mientras eso suceda, actúa como lo hizo Abraham; llaman las cosas que no son como si ya fueran. Y confiesa: “¡No soy movido por lo que veo, yo creo lo que Dios dice!”. Declara esa confesión junto a las escrituras antes resumidas —no lo hagas sólo en algunas ocasiones, literalmente hazlo noche y día—. Y permanece firme. Aférrate a la Palabra de Dios con respecto a tus hijos concierne; y tarde o temprano, esa Palabra también se aferrará a ellos.