Leamos 2 Corintios 5:17: «…todo el que pertenece a Cristo se ha convertido en una persona nueva. La vida antigua ha pasado, ¡una nueva vida ha comenzado!» (NTV). De acuerdo con la Palabra de Dios, al nacer de nuevo, ¡nuestro espíritu renace en la naturaleza y semejanza de Dios! Espiritualmente, somos hechos una nueva persona al recibir la salvación.
Existe una pregunta que surge con mucha frecuencia: “¿Tiene el cristiano tiene que cosechar las consecuencias físicas del pecado que cometió antes de nacer de nuevo?”. Es ahí en donde vemos la ley de la siembra y la cosecha —todos experimentamos las consecuencias de nuestras acciones (Génesis 8:22)—. Nacer de nuevo, no descarta el hecho de que nuestras acciones produzcan una cosecha —sea buena o mala—. Sin embargo, las buenas nuevas son que como cristianos nunca estamos sin esperanza. Pues cuando nos arrepentimos de nuestro pecado (arrepentimiento significa cambiar la mente y dirección de alguien), el Señor nos da fuerzas para vivir una vida santa, y nos ayuda a atravesar las peores situaciones causadas por el pecado (1 Corintios 10:13; 2 Corintios 12:9; Hebreos 4:15-16).
Podemos depositar nuestra confianza en la disposición que Dios tiene de ayudarnos, y eso lo leemos en Lamentaciones 3:22-23: «¡el fiel amor del SEÑOR nunca se acaba! Sus misericordias jamás terminan. Grande es su fidelidad; sus misericordias son nuevas cada mañana» (NTV). La ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús, nos ha liberado de la ley del pecado y de la muerte (Romanos 8:2). Para asociarnos con Dios, debemos enfocarnos de manera continua en Su Palabra. Y cuando lo hagamos, veremos que la ley de la vida obrará a través de nuestro espíritu para liberarnos totalmente —en espíritu, alma, y cuerpo (Juan 8:31-32)—. Algo que debes recordar siempre, es que le servimos a un Dios bueno que nos ama; y está dispuesto a liberarnos de cualquier cosa, siempre y cuando creamos en Él (Salmos 103:1-5).